LA GRAN AVENTURA GRIEGA: Tras los pasos de Patrick Leigh Fermor
María José Solano
Prólogo: Jacinto Antón
Editorial Debate, 2023
Número de páginas: 192
Una aventura griega no es
estrictamente un libro de viajes, aunque se podría ubicar en el anaquel de
viajes de una biblioteca. Tampoco es un libro biográfico, ni un estudio sobre
el protagonista. Definitivamente, su título define el contenido de forma
precisa: es una aventura, narrada por alguien que decidió seguir las huellas de
un admirado personaje: Sir Patrick Leigh Fermor. María José
Solano tiene una relación con el autor y viajero inglés que, basada en
la admiración fervorosa, se convirtió en un platónico enamoramiento, no tanto
ya del hombre, como de su vida y de lo que ésta, vivida tal como la vivió,
significa en el sistema cavernoso donde habitan los mitos. En la revista Zenda,
de la que es cofundadora y donde escribe, se han publicado capítulos de Una
aventura griega bajo el epígrafe de Viajes Literarios, y éste, creo, es
el más correcto calificativo para el libro que nos ocupa.
Fermor tuvo algo de Ulises, algo de Byron, algo de T.E.
Lawrence y, quizás, un poco de Valentino también. Inglés, alto, guapo, culto,
snob, seductor, erudito, vividor, héroe de guerra y aventurero infatigable,
realizó una gesta personal maravillosa en 1933, cuando las vísceras de Europa
se estaban estremeciendo ante el avance de las ideologías fascistas que
dinamitarían la paz y las estructuras establecidas en el primer tercio del
siglo XX. Fermor se largó con lo puesto con el objetivo de
recorrer el viejo continente hasta llegar a las agujas de la mítica
Constantinopla. El viaje lo inició con pocos recursos, pero no olvidó meter en
su minúsculo equipaje el Oxford Book of English Verse, una
antología de poesía inglesa fundamental que abarca obras de 1250 a 1900; y un
tomo de las odas de Horacio. Éste es un dato revelador de su
carácter. Fermor llegó al final del trayecto y entró en el
país que le atraparía para siempre: Grecia. Y ahí, es donde la autora de Una
aventura griega aterriza para rastrear los lugares que él visitó,
para beber el humilde licor de mastiha en cualquier ocasión en que proceda,
como haría él, y para recalar, al fin, en el santuario fermoriano: la casa que
levantó en Kardamili, a los pies del Taigeto, en la península de Mani, lugar del Peloponeso
protagonista de un libro de Fermor ineludible para los amantes
de Grecia.
María José Solano nos ofrece una recreación, a través de su propio
viaje, de la figura del escritor y aventurero inglés, de su vida y de la vida
de los que aderezaron su existencia con amor, amistad, complicidad y momentos
intelectualmente compartidos en la fabulosa atmósfera griega. Fabulosa por
única, por excepcional y por despertar en muchos de nosotros un sentimiento de
pertenencia gracias a lo aprehendido con el estudio y las lecturas de esta gran
cuna cultural. Hoy, el sol, el mar, los campos de olivos, las alfombras de uvas
pasas, los mármoles pentélicos, las columnas erosionadas hasta el dolor o el
bronce en movimiento del jinete de Artemisio poseen el don de ahormar el alma
del viajero a la devoción por ese país que no deja indiferente a nadie.
Al comienzo del libro, la autora sorprende
porque quizás ya no sea habitual encontrarnos con un libro que nos habla desde
un punto de vista tan personal y sincero. Pero tras esa primera sensación, poco
a poco, contagia al lector con la pasión que padece y disfruta con esos
momentos de soledad en los que pretende entrar en el mundo del pasado, el de
los muertos, y hacerlo revivir momentáneamente en el mismo lugar donde una vez
todo aquello fue presente. Hace un ejercicio de yuxtaposición con los pasajes
literarios y vivenciales de Fermor, visitándolos en su viaje, e
intenta recrear los momentos que, documentados, sabemos que ocurrieron dentro
de esos marcos espaciales, ya mitificados. Y, en ese discurrir por lugares y
sucesos, comenzamos a entrar en el mundo de Paddy, el nombre de
confianza del autor inglés. María José Solano nos relata desde la
visceralidad emocional qué pasó en un lugar, qué comió en otro, dónde tuvo un
encuentro amoroso, cómo surgió una fotografía. Sin intención biográfica, pero
sí con la sustentación en la literatura y en la intelectualidad emanada de
ella. Así, la autora construye una corporeidad del hombre que ha sido el
objetivo de su viaje.
Y mientras esto sucede, el lector
viaja con ella, destilando los propios recuerdos en el mismo alambique que los
relatos de Fermor y los datos de la autora. Datos que todo
mitómano desea conocer como los que nos ofrece sobre el hotel Belle Hélène
(Established 1862), en Micenas, al lado del tesoro de Atreo, con su habitación
nº 5 y su fascinante lista de huéspedes al lado de uno de los lugares más
inolvidables del mundo. Solano sube el koilon de Epidauro entre
sus 12.000 almas invisibles, se recrea ante el canal de Corinto, penetra en la
isla de Hidra hasta el lugar donde el pintor Ghika levantó su singular casa,
bebe y come en las tabernas de Atenas, contempla las montañas de Nauplia o recorre
Mani desde Esparta hasta el cabo Ténaro, en un camino que llega a atrapar al
lector en la misma fascinación intelectual con la que ella escribe. Fermor,
Michalis para los griegos, dejó una obra literaria y viajera de primer
orden por su estilo y por su relato. Y, leyendo a Solano en
este ejemplar que nos ocupa, también se abren fronteras para la lectura de
otros libros que giran en torno a él como la biografía que escribió Artemis
Cooper que perfila a la perfección su magnética personalidad; o Drink
Time, de Dolores Payás, que también ha sido traductora de
los no sencillos textos de Fermor y con el que desde 2009
mantuvo una enriquecedora relación de amistad.
Lamentablemente, cuando el final de
esta aventura griega llega, María José Solano termina su viaje
en la casa de Kardamili y, en esos momentos, la casa está en obras. Después de
dos años de reforma, en la actualidad, está recuperada y convertida en un hotel
que conserva algunos detalles como el sofá corrido delante de la cristalera del
salón, la piscina, el banco de piedra junto al mar, el ciprés, los olivos... Se
debería haber convertido en un lugar de peregrinaje accesible, ya que Paddy y Joan, su
mujer, la donaron a la administración del museo Benaki para que la
dedicaran a actividades culturales como seminarios, conferencias, etc. Pero
esto no ha resultado ser así y pese a los 4000 euros que hay que pagar para
pasar una noche, es imposible encontrar una habitación libre en el calendario
de este año y del que está por llegar. Eso sí, un día a la semana, abre sus
puertas al público. Todavía hoy, se recuerda en Kardamili a los habitantes de
la casa, las borracheras o las noches eternas a la luz de la amistad memorable.
Nuestra autora, al final de su aventura griega sólo pudo
ocupar ese espacio entre ladrillos, cemento y andamios, pero, al leerla, el
lector percibe que eso carecía de importancia porque estaba allí, en aquel
lugar, respirando la esencia del paraíso después de cruzar su Helesponto
personal.
20 de abril 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjalo caer...