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miércoles, 16 de enero de 2013

Un incesante batir de alas



ESA HELADA VERDAD DE LA BELLEZA
María Luisa Peña
Editorial Quadrivium, 2012

Prólogo: Miguel Ángel Yusta




Epílogo


Abrir un libro es abrir un universo cifrado en un mensaje único e indescriptible, sobre todo, cuando se trata de poesía. Esa helada verdad de la belleza es la prueba de ello. La autora, María Luisa de la Peña, cifra su universo particular para que la lectura sea percibida como un ejercicio de introspección, nos da la gracia de poder asumir cada uno de los poemas de una manera totalmente personal; es por ello que su mensaje es indescriptible. Y, por ello, también, se puede decir que es este un libro generoso para con el lector.


El libro es un incesante batir de alas desde el principio hasta el final, una sensación que, a veces, es agónica y, en otras ocasiones, posee el tímido despertar a la libertad, a la más íntima y genuina. Y en ese abanico alado, es donde se forja el universo único de la autora, marcado por la indiscutible nostalgia dulce-amarga de la niñez, a la que todos nos asomamos más asiduamente de lo que somos conscientes. Porque el recuerdo de la niñez, de lo que fuimos cuando éramos esencialmente bellos, se tiñe con el grisáceo manto de la pérdida, más que con la dulce memoria de aquella belleza: “cuando se borran los nombres”, “cortarse las trenzas para siempre”, “... no hay más respuesta que el viaje/cuando todo se acaba”.



El libro se perfila con una sabiduría sólida, la mirada de la edad madura en una poeta joven, un análisis, una teoría de durezas sobre versos llenos de la ternura de un corazón caliente, como aquel corazón del soneto de Lorca. Un corazón caliente que se desborda.


El desbordamiento ante la evidencia de que el camino es una incesante búsqueda de la belleza que es la propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Por eso, la pérdida se asoma desnuda y descarnada, tejida con hilos de pesimismo existencial que proceden de las bobinas del pasado, de los que nos precedieron y, con su ausencia, nos marcaron. La autora se define, se sitúa, se raspa las escamas y, en Jardines, diseña la decoración del alma, ese jardín que aguarda nuestro cultivo, “Sólo quiero saber / que todo está en su sitio.” Porque el jardín es el refugio.


El aleteo constante de la búsqueda, o mejor, de la indagación en el concepto belleza se hace extremo cuando la luz es huida. No huye, sino que es huida, la misma acción que desnuda al lector. Se nos invita a buscar el norte y a guardarlo. Hay un afán de protección de esa belleza fugaz, de la que habita en el momento, de la que se escapa en el instante: “Y todo era posible, / pero nada ocurría”.

El título del libro adquiere un rigor excepcional, según se avanza en la lectura. La transparente imagen de la frialdad en una desgarradora batalla vital que culmina en los últimos poemas. Rotos los encajes y las parafernalias, el lector se siente indefenso ante la evidencia que ese permanente aleteo desencadena. La belleza está ahí, desnuda y translúcida, helada, como meta, pero también como certeza. En la escritura que la desvela como el último reducto espiritual que nos queda. Los últimos versos del libro son el certificado íntimo que  nos asegura que sólo ahí reside el verdadero humanismo.

Versos sublimes, elevados, tan sencillos, tan difíciles... “y tu silencio oblicuo hizo mío tu asombro”.




Laura Gómez Recas


Savari




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