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lunes, 16 de febrero de 2015
Una certeza. Reseña de Antología Poética (2012-2014) de Elvira Daudet
Antología Poética (1959–2012)
Elvira Daudet
Editorial Lastura, 2014
Colección Alcalima, nº 22
Editorial Lastura publica una antología construida sobre las siete publicaciones poéticas de Elvira Daudet, mujer de prolífica carrera profesional como periodista y de aguda destreza como escritora, papel con el que ha cultivado varios géneros. Al abrir Antología Poética (1959 – 2012) la autora regala, porque es un regalo, una valoración de los libros que alimentan el volumen de Lastura: El primer mensaje (1959), un libro primerizo; Crónicas de una tristeza (1971), Premio González de Lama, otorgado por un jurado compuesto por Dámaso Alonso, Luis Rosales, Emilio Alarcos, Gamallo Fierros y Antonio Gamoneda; El don desapacible (1994), teñido de dolor y muerte, y del que Elvira dice que es uno de sus mejores libros; Terrenal y marina (2000), el más tembloroso y luminoso; Laberinto carnal (2011), lleno de crónica y denuncia social y, finalmente, Cuaderno del delirio (2012), del que se editara una plaquette de Poesía Hazversa en 2010 y que asegura fue escrito con una atormentada agonía. Tajante, Elvira Daudet afirma que escribe poesía desde el dolor, su primera motivación. De ahí, como alguna vez ha declarado, ese paréntesis largo entre la primera publicación y la segunda. Una antología suele ser el reflejo de la mirada poética del autor, pero pocas veces en ella se adivina la trayectoria humana del mismo en grado absoluto y una evolución simbiótica con la propia vida, con el simple acto de la respiración. Casi se puede escuchar ese sonido en los versos de este libro tan inusitadamente vivo.
Bastaría leer el primer verso que encontramos, me ha nacido entre tu boca el mar, un endecasílabo fabuloso, junto al verso que inicia el último poema del libro, ¡Amor, cuántas viviendas llené con tus escombros!, un alejandrino aplastante, para comprender lo que nos va a ofrecer la lectura. Un discurso nacido de la inocencia abierta al mundo desde el útero y que evoluciona hacia una estimulante brillantez intelectual, la asunción de lo que se es en, para y frente al mundo; las cicatrices de una trayectoria vital que asumimos auténtica y profundamente honesta en su relación con el mensaje. Quizás por eso la autora señala su cenit poético justo en el ecuador de este libro, momento en el que el yo poético alcanza un grado de maduración equiparable al de la experiencia íntima de quien escribe.
Elvira Daudet es periodista -uno no deja de serlo nunca-, ha sido su profesión durante años, ha vivido acontecimientos históricos internacionales en primera línea y ha entrevistado -la entrevista es su género favorito por el grado de indagación y conquista que la define-, a grandes intelectuales y artistas: Cela, Torrente Ballester, Saura, Dalí, Matute… Esa capacidad observadora y analítica
está también implícita en este recorrido por su poesía. Y desde su condición de mujer (imposible separar este hecho del libro) escribe y describe la realidad a través de su propio humanismo,
Y la mujer, por cuya piel terrestre
ha pasado el arado de la vida
dispersando sus oros de colmena (…)
y así desgrana el sentimiento, el sueño, el dolor, al fin, su materia poética, con una personalísima encarnadura que sostiene el poder cicatrizante del verso, siempre sin veladuras, directo al engranaje que le mueve con ironía, con acidez, tomando tierra constantemente con imágenes minerales, absolutas e insolubles: ojos de basalto; verticales ríos de piedras rojas; corazón de cuarzo; ojos de barro; huevos de cobalto; aquel hongo voraz de la tristeza; carne de harina…
Los textos acuden al lector con una suavidad sorprendente que estalla en puro músculo en cada poema, dejándole erguido y alerta ante la maestría del funcionamiento referencial o denotativo del lenguaje, que puede desenterrar lo más íntimo y profundo de su ser. Ahí radica la genialidad de la autora, que descarna el sentimiento de una forma terriblemente femenina, desnudando toda la crudeza y acariciándola con una lúcida estética. Daudet describe con el mismo rigor la realidad y su realidad. Afila la punta del lápiz con la misma crudeza cuando escribe sobre el mundo social como cuando utiliza la primera persona del singular, entablando un juego magistral por donde fluye la sublimación de la palabra (pg. 57):
(…) Niño minero,
hombre de un mineral desconocido
que no rompió la vida
ni corrompió la muerte, tan experta.
Y te alzan en el aire como un pájaro herido,
pero limpias las alas del plomo del sudario,
retorcidas serpientes subterráneas
que atan a los muertos como brazos lascivos.
Porque algo único de Daudet es que su fórmula narrativa se despliega en un lenguaje poético desmesurado. Esa desmesura florece en poemas muy personales y, exquisitamente, en los versos de Terrenal y marina, donde el lector enferma de ingravidez y sucumbe ante las páginas plagadas de sensibilidad (pg. 74):
Por favor, no me dejes envejecer a solas
con el amargo fruto del árbol de tu ausencia
como única comida, llenando los pucheros,
el salón y la alcoba de vinagres y lágrimas.
Enraizada en la generación de los 50, es una autora que, realmente, ha escrito lejos de cualquier involucración generacional y que se ha acercado al siglo XXI pisando fuerte en cuanto a las formas y actitudes poéticas actuales. Cuidadosa del verso, que domina en su aspecto formal con una naturalidad digna de mención, posee una tendencia hacia la libertad dinamizadora del discurso, meta de la autora: comunicar ante todo, facilitando al mensaje las alas necesarias para llegar a destino. La autora nos avisa en la contracubierta del libro de esta deriva:
Entre lo sublime y lo común, yo elijo como materia poética lo común: el pan antes que la rosa.
Esta antología nos descubre la evolución que acuña el tiempo como materia poética desde la honestidad de quien ha aprendido a vivir racionalizando el dolor. Es un libro verdad. Es una certeza.
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