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sábado, 13 de enero de 2018

Tempus fugit. Reseña de Paso a paso, la vida, de Antonio del Camino


PASO A PASO, LA VIDA

Antonio del Camino

If Ediciones, 2017



Tempus Fugit



Paso a paso, la vida. Paso a paso / el tiempo levantando y derruyendo. Así explicamos el título de este libro de Antonio del Camino, en un poema que discurre en su segunda parte, y se antoja necesario encontrarlo en la lectura, según avanza, como si ese hallazgo revelara al lector el motivo último, el porqué de esta batería de versos que abordamos con la idea del tiempo y del tránsito en nuestra mente.

Antonio del Camino aporta a la poesía actual la revisión de lo cotidiano con el lenguaje claro y nítido que aprehendimos todos de Machado del que el autor lleva, curiosamente, su mismo nombre y, como apellido, la reminiscencia de un símbolo machadiano. Su Primer Apunte es fundamental:

Son apuntes cotidianos
estos versos. Poco más.
Huellas, voces y memoria
de aquel que conmigo va.

Es una carga que, seguro, le apetece llevar porque su poesía se inspira en el poeta sevillano, como se intuye en pequeños poemas con esas reminiscencias, donde la cercanía es tal que confunde las dos miradas: toda la vida es llama de otros nombres, / toda la vida es aire y agua y tierra, / espacio para amar también. Y siempre / el anunciado albur de lo que acaba. Si se quiere leer para restablecer el vínculo con lo íntimo y concreto, con la parte más sabia de nuestro yo profundo, Paso a paso, la vida es un buen lugar donde parar.

Este libro nos habla del tiempo. Su autor se deja llevar por una melancolía natural a su situación vital cuando nos habla de las Monedas del tiempo. Para ello, utiliza apuntes cotidianos, como un umbral básico y transparente necesario para explicar tantas cosas profundas. Por eso, la primera parte discurre por paisajes vitales comunicados de forma exquisita con elementos cotidianos, a veces diminutos; una escritura sobre lo nimio, aparentemente insignificante o común. Se trata de un acercamiento a esas pequeñas cosas que nos pertenecen en la rutina de los días que deriva en un vitalismo de sencillos trazos: sueños, luz, mar de sombras, camino, caminar. Lo que nos conduce a la interiorización serena Sin nada más que hacer esta mañana / observo el mundo bajo mi ventana: la lenta sucesión de la luz misma / que se alza por detrás de casa prisma, de cada rascacielos y de cada / nube que, al paso, se traduce en nada.

En esta primera parte del libro, la naturaleza es un elemento fundamental de lo cotidiano: la marquesina del autobús, el cine o una pinza metálica. Todo es parte de un fundamento natural, incluso el artilugio; todo nos conduce soterradamente a una reflexión existencial, a la toma de conciencia del tema universal y soberano, es decir, la eterna pregunta de quiénes somos y qué hacemos aquí. De ahí, el autor deriva sutilmente al terrible abismo del olvido, la auténtica, la verdadera muerte: De entre todas las formas de la muerte, acaso la más dura sea el olvido, dice en un poema dedicado al alzhéimer, y, sin darnos cuenta, establece un mapa inteligente y delicioso que nos aproxima a este tema, mientras paseamos por la infancia, Era verano entonces, y yo niño; / el tiempo una quimera muy lejana; por el transcurrir del tiempo, Toda la vida queda en el camino; por las manos del padre, Como antes a otras manos se las llevó la muerte. / Yo en cambio sé que viven conmigo para siempre; por aquellas cosas que a ningún lector le van a ser ajenas o extrañas o difíciles de desentramar dentro de su yo reflexivo esencial. Y en este punto, es cuando el libro penetra en la visión filosófica o trascendente de lo poético. Antonio del Camino halla el punto de inflexión que todo poeta debe encontrar, la idea de que la poesía es más que un término literario, es una forma de mirar, es la idea misma del mundo, tan bien definida por Zurita o por Blas de Otero, porque late en su piel la poesía / ajena al son de la literatura. Mucho más que un mero testigo, que lo es: De vez en cuando un verso / que actúa de testigo.


Con estas vigas consecuentes, Paso a paso, la vida entra en la segunda parte, Monedas del tiempo, con una seguridad pasmosa de cuanto poetiza. Abre las puertas sin miedo y aborda cara a cara los temas intuidos y apuntados. Poemas de corte drástico que serán la conclusión al batallar del autor con su propia existencia y que elevan el edificio sólido de su mensaje. En Jardín cerrado lo resuelve:

Donde nada es azar ni geometría,
en el jardín cerrado de la muerte,
reposarán un día
los restos cardinales de mi suerte.

El tiempo se convierte en el protagonista absoluto, en algo inaprensible, difícil de computar, voluble como voluble es el ser humano, inexplicable en ocasiones cuando combina el recuerdo con la fugacidad de su naturaleza, Quizá los más mayores / intuyeran entonces que esa cena / -Navidad 2011- / podría ser la última que hiciésemos / la familia al completo. Es el tiempo una veleidad sublime que somos incapaces de comprender y nos sorprende:

Nunca será medida de sí mismo 
al ser su duración puro espejismo.

La seguridad del discurso se cierra en la transgresión del espejo, en la mirada hacia dentro, tan gratificante para el lector. El autor se autorretrata y va más allá, se escudriña con una mirada afín a la honestidad:

Así, por un instante, 
observo sorprendido 
que sostengo la sombra 
de mi propio enemigo.

Paso a paso, la vida es poesía trascendente resultado de la reflexión profunda y del profundo respeto hacia la forma literaria que la contiene. No es baladí este libro, no es aleatorio, ni frugal pese a la claridad del mensaje. Antonio del Camino posee una formación poética exhaustiva y cuando escribe se desvive por ser merecedor de la llama de sus versos. Por eso, cuida el lenguaje y lo mima, utiliza la métrica como transporte del ritmo y las formas clásicas como algo natural a su decir, sin que la rima acentúe la percepción poética, sino, más bien, consiguiendo que se acomode al oído del lector con naturalidad. La forma se hace parte esencial del contenido con una delicadeza extrema cuando utiliza el romance heroico, la lira, el cuarteto con la sutileza de la imagen. Es un regalo de excelencia que reconforta especialmente en alguno de los poemas como en Así la historia o en Umbral de la tristeza.
Paso a paso, la vida posiblemente se concibió despacio, junto a la figura de la compañera, de mi gente, con el deambular sosegado por los caminos del tiempo, tan limitado y tan pletórico. Todo el libro se debate en la afirmación de la existencia y en la aceptación de la misma como un lugar al que no pertenecemos del todo porque la frontera del olvido está cerca y se adivina y es lo único cierto y seguro.

Entonces seré polvo y seré nada,
lo mismo que mis versos.

Irremediablemente, el autor posee un trasfondo existencial y humanista que genera una línea argumental tan antigua. En una lápida dorada en la Catedral de Toledo hay una inscripción que reza Pulvis, cinis et nihil, nada más. Porque seguramente nada más hay, nada más habrá.


Laura Gómez Recas
Antonio del Camino (Talavera de la Reina, 1955) tiene más de doce libros de poesía publicados con los que ha obtenido varios premios: Rafael Morales con Segunda soledad (1979), Ciudad de Santo Domingo con Donde el amor se llama soledad (1980) y el accésit del Premio Adonais, en 1985, con su poemario El verbo y la penumbra. Sus dos últimos títulos son Para saber de mí (2015) y Paso a paso, la vida (2017).
Ha sido incluido en numerosas antologías poéticas y cuenta con un libro en prosa, Fragmentos de inventario, en el que reúne, a modo de sucesivas estampas, algunos recuerdos de infancia y juventud.





Savari

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