PECADO DE OMISIÓN
Mercedes G. Rojo
Huerga y Fierro Editores, 2019
El rojo fundamental
Hoy,
de nuevo un grito rompiendo aquel largo silencio
y un torrente de sangre nueva corriendo por las venas.
Son hermosos los trigales plagados de amapolas.
Para los que no saben, ni conocen, porque se encargaron de borrar las huellas del delito, porque el silencio superó a la conciencia y alargó su abrazo para ahogar toda justicia. Para ellos está escrito este libro de Mercedes G. Rojo, un libro de poesía y de prosa que comulga con la naturaleza reivindicativa de su autora y con su natural inclinación hacia la rectitud moral que nos hace humanos y merecedores de, quizás, algún elogio. Pecado de omisión es un libro cuajado de amapolas, la imagen que designa a los cautivos, a los ninguneados, a los asesinados, a los vencidos, a las víctimas al fin. Porque es inusual, casi imposible, que los trigales se mezan limpios del color de la sangre.
El camino poético se abre en canal alentando con notoria pasión la denuncia del silencio ante el crimen y la injusticia. Ese es el tronco del libro que se abre en cuatro ramas en las que la autora denuncia el silencio: la violencia de género, la migración, la memoria histórica y la tragedia individual ante el miedo y el desamparo, lo más insoportable que posee la condición humana. Y esta denuncia se distribuye de forma ecléctica en textos poéticos, salpicados con textos en prosa que combinan a la perfección con el conjunto. La poesía discursiva, de verso libre, eleva lo cotidiano al pedestal de lo fundamental con un lirismo decantado de una forma natural y veraz que acerca el objeto de la denuncia al lector sin esgrimir más armas que la sinceridad de su autora sin exageraciones formales. Como si de un grito de rabia se tratara, ésta transgrede el muro invisible que todo poema levanta y lo convierte en un hilo de reciprocidad donde reconocerse para que el silencio no tenga espacio. Por otro lado, las prosas que salpican el libro son relatos con visos de realidad de los que se puede decir que cualquier parecido con ella no es pura coincidencia. No exentos de lírica, se aparecen como discursos necesarios por marcar las fronteras del mensaje que no es otro que la denuncia de la inacción ante los complicados temas que incomodan la conciencia de nuestro mundo. Pero no se trata de prosas poéticas porque no se construyen con el formalismo sintáctico que exige tener una cadencia dentro del discurso, ni encontramos figuras o recursos poéticos dentro de ellas, excepto los adecuados para la construcción de un relato realista y literario. Esta dicotomía entre lo poético y lo prosaico como partes de un mismo tronco dan complejidad y riqueza al argumento central del libro.
Con la violencia de género, el pecado de omisión más común es el provocado por la confusión que provoca el enfrentamiento de la denuncia con el derecho a la privacidad. Los crímenes que se comenten en el ámbito privado y que, además, algunos han sido aceptados como lícitos en un larguísimo pasado no muy lejano, tienen de su parte el silencio, la omisión de la denuncia de aquellos que los intuyen, sospechan o conocen: lo que ocurre tras la puerta de cada hogar no es cosa tuya. Esa denuncia fundamenta el capítulo en el que la mujer es la primera víctima y en el que predomina una palabra que escuece en la conciencia: Juárez.
Me llamo Ciudad Juárez
y me han parido miles de mujeres
cuyos nombres han desaparecido
en el tiempo y el olvido.
Mercedes G. Rojo |
Mírales
y dime qué harías tú
si te sintieras atrapado en la miseria
de sentir tu vida en peligro a cada instante,
si te robaran tu forma de sentir y de pensar,
si dejaran a tus hijos sin pan y sin escuela.
El tercer frente o capítulo para derrotar al pecado del silencio es el de la guerra , donde florece la peor semilla que lleva el ser humano dentro, donde los crímenes son impunes, los odios son libres y la injusticia se viste con la túnica de la justicia. Y, por ende, también el de la postguerra, atroz campo plagado de vencedores y vencidos. La memoria histórica sombrea las palabras de sus detractores, palabras que Mercedes G. Rojo reproduce en este capítulo y que tantas y tantas veces hemos oído: ¡No removamos a los muertos! ¿Para qué hurgar en el pasado y despertar antiguos resentimientos? La denuncia deriva entre prosas y versos en un desgarrado grito porque es pecado silenciarlo, porque tanta injusticia no ha de ser olvidada, no ha de ser repetida. El recuerdo, el saber del recuerdo de otros y el saber del recuerdo silenciado asaltan la lectura y ya no podemos escapar: ... se asfixia entre el silencio de los gritos ignorados que se ahogan tras la puerta cerrada a cal y canto por el miedo y la vergüenza. Aquellos que fueron jóvenes y hoy han muerto y que fueron sangre de nuestra estirpe son los que reivindica la autora en estas páginas donde la emoción se le escapa entre las líneas:
Como por casualidad,
y en voz muy baja,
solo supe que perdiste la vida
en una frontera imaginaria.
En la cuarta estancia de este libro viven los perdedores, los desahuciados, los diferentes. Es una llamada de atención sobre aquellos que, fuera de los márgenes, son silenciados con la indolencia y con la ignorancia asumida de su diferencia. La soledad, el miedo y el desamparo son la clave y tanto los poemas como la prosa de este último capítulo están perfilados con la interiorización de esos dramas personales. La autora se acerca a ellos, a tono con el resto del libro y bajo el palio de su título, con intención de denuncia.
Por asidua compañera,
sobre una boca angustiada,
una sonrisa gigante,
espejo falso del alma...
Y, de repente, la muerte. Sorprende al lector en la página que da paso al epílogo. Un título rotundo y atronador. La muerte. La certeza que revolotea sobre cada una de las páginas ya leídas se hace carne para enfrentar al lector al terrible discurso de la desaparición. En el epílogo, encontramos la ternura y la sanación, un relato y un poema revelador de la terapia más hermosa que existe, la de la escritura. ¿Conseguiremos esa sanación? Posiblemente, no. Pero libros como éste son necesarios como recordatorio de todas las veces que cometemos pecado de omisión con la cara oculta del sistema social que nos ha tocado vivir y, ante todo, mejorar, dando luz al rojo fundamental que siempre salpica la paz de los trigales.
Mercedes González Rojo, nacida en Astorga, es Diplomada en Magisterio por Ciencias Sociales. Ligada profesionalmente al mundo de la educación, animación y gestión y promoción cultural, ha escrito varios libros como Vamos a jugar (2008), sobre juegos tradicionales, el poemario Días impares (2016) y los álbumes ilustrados La leyenda del gato maragato (2016) y La historia secreta de Pedro Mato, capitán de los maragatos (2018).
Es coordinadora de la revista La Panera y articulista en varios medios de comunicación.
Savari
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