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viernes, 15 de abril de 2016

Poesía de fuerza. Reseña de El cielo ajedrez, de Antonio Agudelo


EL CIELO AJEDREZ

Antonio Agudelo 
El Sastre de Apollinaire, 2016

Prólogos de Alejandro López Andrada y Verónica Aranda

Epílogo de Salvador Negro.

Ilustraciones de Juan Carlos Mestre



Antonio Agudelo (Villaviciosa, Córdoba, 1968) es poeta, antólogo y ensayista. Estudió en la Universidad Laboral de Córdoba. En su obra destacan: “El Sueño de Ibiza”, (1ª y 2ª edición Diputación Provincial de Córdoba, 2008 y 2011),  (3ª Ed. 2012, Ediciones Depapel); la antología “Paisajes Corchúos”, (2009, Diputación Provincial de Córdoba); “Madreagua”, (2012, Ediciones Depapel); “La Central Térmica”, (2012, Ediciones Depapel); “El Mundo Líquido”, (2014, Editorial Celya); y "El Cielo Ajedrez" (2016, Editorial El sastre de Apollinaire).
Ha sido traducido al inglés por Claudia Routon, y al portugués por Aurora Cuevas Cerveró. Habitualmente participa en los Ciclos “Citas Literarias”, de la Diputación Provincial de Córdoba, y “Letras Capitales”, del Centro Andaluz de las Letras, y en los programas de la Comunidad de Artistas “Debajo del Sombrero, Punto y Seguido”, de Radio Miami (EE.UU.).



La harina de fuerza se diferencia de la normal por poseer un porcentaje mayor del elemento que le es más propio, lo que favorece una consistencia especial que requiere fuerza en el amasado de un buen pan. El cielo ajedrez es un libro especial que está elaborado con poesía de fuerza, cargada de poética grave, intensa, que no ha de dejar indiferente al buen lector. Desde el título, que otorga la clave de la elipse a una frase proposicional para dotarla de una semántica sugerente, hasta el epílogo, de Salvador Negro, el volumen de la colección de El sastre de Apollinaire es un lugar vigoroso en el que encontrarse con la magnitud del lenguaje poético más potente.


El autor ha dividido su mensaje en tres partes muy diferentes, aunque el recorrido de su palabra es El rincón del silenc[i]o y El sueño de Ibiza, de Alejandro López Andrada, que nos introduce en el autor y su recorrido poético y, el segundo, para La central térmica, de Verónica Aranda, cuya brillante prosa nos aproxima a la segunda parte, y central, de este libro en donde la formulación de los versos es el haiku. La última parte El sueño de Ibiza resuelve ser un lugar reconfortante después de la travesía, un lugar en donde reconocerse con el autor y afilar la inquietud que ha generado hasta ese capítulo.

Antonio Agudelo es poeta porque en su naturaleza está el serlo. No podría existir sin serlo porque el nacimiento de su palabra va inexorablemente unido a su forma de sentir el mundo que le rodea. Esa migración del referente hacia lugares cognitivos inconscientes que solo pueden ser expresados a través del lenguaje poético, esa percepción de la palabra como un instrumento de alto valor, el valor que adquiere al ser utilizada así, para mostrar un mensaje que transciende a los sentidos y a lo tangible, ha de ser por fuerza obra de un discurso natural. Nadie puede adentrarse en los frágiles terrenos del simbolismo o del surrealismo sin el arraigo de los mismos en una voluntad expresiva única y valiente, excepcional, irracional quizás, pero auténtica. Como leemos en el prólogo de López Andrada “uno se adentra en los versos de Agudelo como un espeleólogo que baja emocionado por los húmedos pasadizos de una cueva que conducen, en lo más profundo de la tierra, a una alta y lírica bóveda de amor”. No se puede expresar mejor la excepcional sensación de la lectura de una poesía vehemente.


Hoy las tórtolas resucitan, hoy traen los mensajes del dios que ha vencido a la muerte. Unas vienen conducidas por su propia belleza y con banderas amarillas. Otras de su habitual baño de sangre y con su yo. ¿Qué yo?

La palabra es seducida y tatuada sobre el papel para ser materia de lo sublime, de lo que no ha de poder ser jamás materia. Cada hallazgo y cada pregunta del poeta es transcrito con sincera devoción poética en un camino de búsqueda.


¿Nos bañaremos en el sol? ¿En la villa de las estrellas? ¿En la escuela del mar donde los niños aprenden los límites? ¿En la respiración del mundo? ¿En el árbol que camina al hundir su raíz? El lenguaje es la herramienta que ha de transportar a cualquier precio el mensaje íntimo y no ha de ser siempre una herramienta racional, o parecerlo. Ahí, el papel del lector. “A veces el máximo índice de irracionalidad detectable en el libro (de la cual yo no me vaya excusar) no es tal”, como dice Gamoneda*.

Los circuitos para encontrarse en su visión de las cosas, de su mundo, contienen indicios de una sensibilidad excelente, su concepto de dios, omnipresente como concepto en este libro, duplica la semántica lógica de la palabra, la relación de ésta con la realidad de dios (¿Qué es en verdad morir? ¿Dios es un adiós?), del dios (La luna es limpia en el cielo ajedrez, para que nada pueda caer en el cero de Dios) o de Dios (Bebí el estambre del diluvio como crisálida de nada y con la angustia de nunca haber sido en los ojos de Dios).

Sin embargo, son protagonistas otros conceptos igual de universales, pero tratados de una forma más personal. La luz es uno de ellos, la luz entre sombras, la luz con mayúsculas, la luz creadora de las sombras.

Fosforescencia.
Entre lagos de púrpura,
La Central Térmica.

De la misma manera, la muerte sobrevuela las páginas, hiriendo como una brecha el mensaje cada vez que aparece sobre él, focalizando lingüísticamente, desentramando el universo personal del autor, primero, y del lector, después.

Habito 
en la más honda claridad
del sueño o de la muerte.

Y, por último, el hilo temático más incandescente del libro, con el que se cosen todas sus páginas, la injusticia universal, la desgraciada conciencia que la entiende como inevitable y que lucha desde el simbolismo por entenderla o, quizás, sólo por constatarla y asegurarla visible entre la belleza.

… la poesía no es el arte de perder / pensar la luz y ser dentro del pozo es un verano muerto…

Asegurarla y desbrozarla con imágenes esperpénticas, inusitadas, tremendamente visuales y profundas. La injusticia no se sostiene en este libro bajo la denuncia, ni bajo el palio manido de la poesía social, se sostiene per se, se la invita a estar porque para el autor es parte fundamental de su mundo. Vive en el libro sin descripciones, simplemente vive porque este lenguaje es para ser y no para explicar, para describir o para denunciar. El poema El visionario, es un ejemplo fiel de ello.

He visto los ángeles del Apocalipsis recién vivos en la puerta del New York Times (…) He visto que el globo ocular y el globo terráqueo son uno y el mismo (…)

Y esa progresión en todo el discurso hace que éste florezca en expresividad y significados y, por supuesto, en valor poético porque, al fin, la poesía no es más que eso, la imagen, la metáfora, la multiplicación de los panes en cada palabra.

Ya no tendré más remedio que perderme
fluyendo adjunto al tuétano del agua

Todo ese vigor no es una pose poética, se adivina como un auténtico oficio en la tiniebla de la escritura cuando se adapta a la delicada forma de haiku que tan hábilmente introduce en su prólogo Verónica Aranda. La sutileza de Antonio Agudelo en el haiku está concentrada en lo que Aranda llama intervalo y perímetro, “El haiku es la traducción del encuentro ente la mirada-pensamiento del poeta y la naturaleza. Este encuentro acontece en un intervalo y en un perímetro: el instante que dura la mirada y el perímetro que alcanza el ojo.”

Un tren de sombras
Pasa, esplendor de párpados
En el relámpago.

Leyendo estas breves expresiones del sentir del poeta, percibimos también el vigor de la experiencia del lenguaje y la facilidad para dotarlo de forma cuando el referente es la recreación de la percepción.

Hoy hasta el agua
Tiene sed; y la muerte
Sólo es comienzo.


Aranda también nos habla en su prólogo sobre el género del haiga (combinación de haikus, caligrafía y pintura) y así, como si se acercara figuradamente a este género, El cielo ajedrez está aderezado con ilustraciones en color de Juan Carlos Mestre, imprimiendo un acento particular al conjunto con el que comulga claramente en su concepción surrealista del mensaje. Y, aportando al lector, que sostiene el papel entre sus manos, la sensación de poseer el lujoso tesoro de la edición.


Sin duda, poesía de fuerza, lenguaje con un alto contenido de material poético, acelerador de las partículas del mensaje. Esponjoso mensaje, alimento del alma, alimento.



Laura Gómez Recas



*“Entrevista a Antonio Gamoneda”, Hispanorama, 60, März 1992, 29-35 (ISSN: 0720-1168). 
José Manuel López de Abiada, 
prof. Emérito de Literatura española e hispanoamericana de la Universidad de Berna.


Savari

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