Raúl Morales Góngora
Editorial Juglar, 2021
Colección Ayla nº 37
Ilustraciones: Sandra Gobet
Fotografía de las guardas: Yuri Yuhara
Kalíope y la flor del cerezo
La primera palabra de este libro de Haikus es "cerezos". Cerezos, flores, / pareja trabajando. / La tenacidad. Una palabra con una semántica rica y profunda en Japón. Las flores del cerezo (sakura), de corta vida, son las gotas de sangre derramada del samurai. El cerezo es un árbol de alma japonesa cuando está en flor.
Raúl Morales nació en México, pero gracias a su profesión, ha disfrutado de una larga estancia en el país nipón y ha aprehendido parte de aquella cultura. La luna en un cuenco de té es un intento por armonizar su espíritu occidental con el país que tanto le subyugó. La forma del haiku ha sido la elegida para atravesar el torii, esa puerta simbólica que representa la transición de lo profano a lo sagrado, y así sublimar su admiración y lealtad.
Guarda las armas,
perdona las ofensas.
Cruza el torii.
Como buen conocedor de Japón, de su cultura, de su historia y de su literatura, el autor nos ofrece un glosario con términos japoneses que han salpicado sus formulaciones poéticas. Y nos agasaja con unas magníficas ilustraciones en color de Sandra Gobet que son el aderezo necesario para la lectura y sustituyen la idea del haiga, ya que son ilustraciones más elaboradas. Además, el libro amanece con una nota del autor que gratifica en la entrada, a modo de refrigerio ofrecido al visitante. En ella, Raúl Morales hace una exposición sobre lo que significa esta fórmula poética que vamos a disfrutar y lo hace con sencillez y humildad. Tanto, que se disculpa por el pecado cometido al involucrar lo puramente humano con el haiku. Esto es algo que disculpamos, sobre todo aquí, en Occidente. Los poetas y críticos japoneses más puristas han denostado a los haijin que han introducido este factor en sus haikus; un buen ejemplo es Suzuki Masajo que, además, tenía en su contra el hecho de ser mujer. Incluso el admirado Masaoka Shiki escribe sobre lo humano. Pese a preconizar durante su vida la recuperación de la esencia del haiku que, en su momento (hablamos de finales del XIX), se había enviciado con esteriotipos. Shiki se concede la dispensa para poetizar en algunos de sus haikus sobre el acontecimiento social o humano: Partiendo troncos / Mi hermana sola / Retiro helado. No obstante, sí, el haiku nos acerca a la naturaleza, tratada desde un punto de vista contemplativo y Raúl Morales nos lo sabe ofrecer desde la armónica relación con la naturaleza que busca el Taoísmo:
Resucitación,
camino solitario.
Las mariposas.
Raúl Morales Góngora |
Pero en Occidente, el ser humano es el núcleo alrededor del cual giran todas las cosas, incluso la naturaleza como madre, como marco necesario y como identidad del ser. Por tanto, los haikus escritos por un haijin occidental pueden tratar también sobre la contemplación de la naturaleza humana. Es imposible acercarnos, si quiera un poco, al verdadero concepto de la poética japonesa; por tanto, no es extraño que dotemos a nuestros haikus de algún tintado occidental. La imagen de lo natural acucia y hace brotar, en sólo tres versos, el auténtico sentir personal y humano. El propio autor lo expresa con honestidad: "Sin ofender a la pureza del Haiku oriental he pecado de expresar las pasiones humanas, como parte de la armonía normal de la naturaleza". En algunas piezas de este mosaico, que nos presenta Raúl Morales Góngora, esa relación se presenta exquisitamente:
El aire invernal,
escultor de cristales.
Y de mis sueños.
En otros haikus, el autor coloca el factor humano a la altura del factor natural, el hombre como un elemento más del mundo de la naturaleza, pero haciendo evidente un factor diferencial, un valor subjetivo, que despierta afección por nuestra especie:
Los peces nadan,
el huracán azota.
El hombre tiembla.
Esta cualidad de lo subjetivo es percibida con maestría cuando, con sólo una palabra, el autor consigue desarraigar de lo común todo el discurso del haiku:
Un pececito,
un arroyo pequeño.
El universo.
El diminutivo, de uso muy común en el español de México, primera patria del autor, es empleado para abrir una percepción distinta a lo que parecía evidente, de modo que los referentes entran en ebullición y consiguen así la auténtica finalidad de ese arte poético.
La luna en un cuenco de té se divide en varios capítulos que anticipan la emoción de lo humano o que se centran en lo estrictamente natural. Y esto atrae la atención. Se nos presenta un capítulo titulado Templo, el templo también está dentro de la naturaleza humana, el hombre es un templo; también el templo es una creación humana y el autor consigue trascender el lenguaje para que su semántica se abra como un parasol de infinitas varillas.
Un pensamiento
es lugar de ilusiones.
El silencio habló.
Por el contrario, el capítulo titulado Caligrafía Kanyi, temática mucho más próxima a lo social que el Templo, suscita la curiosidad del lector. Para leer este capítulo es bueno investigar. Kanyi es un arte dentro de la escritura que se convierte en algo más que una suma de trazos. El Kanyi contiene la esencia japonesa más sublime. El autor, aún así, avanza un paso más y presenta dos capítulos, Creación y Poesía, donde da a entender una simbiosis entre los tres mundos: el natural, el humano y el espiritual, exégesis que concierta una conexión con lo religioso en algunas de las piezas que lo componen:
Morirá la flor,
la simiente del loto,
La Resurrección.
Por último, hay un capítulo que destaca en su contexto. Su título es Mujer y, aunque la mujer es aludida constantemente en otras partes del libro, el autor le concede el privilegio de tener, como concepto, un lugar destacado en el árbol de la obra. La palabra es extraída de su denotación habitual y se nos presenta como un lugar, un referente y una meta de espiritualidad, casi divina. Con ello, consigue una exaltación de lo femenino como una entidad que circunvala al hombre (entendido como varón) y que es objeto de múltiples formas de idolatría.
Campo florido,
tu vientre, es cúspide.
Un himno de amor.
En esta indagación constante del entorno con la herramienta del haiku, revolucionan el total tres capítulos de raíces profundamente humanas y subjetivas: Contemplación, Estado de ánimo y Silencio. La salud interior, mental, el arraigo a la introspección que aporta la meditación, el silencio, etc. son tratados como objetos de contemplación. Raúl Morales confiesa en su Nota de Autor cómo empezó a escribir Haikus, en Hakone, con la contemplación de un espectáculo natural único. Pero también confiesa que, junto al contacto con la cultura espiritual japonesa, su naturaleza intelectual está arraigada en otra cultura, en la que nació en el Mediterráneo: "Siempre Gea, Lilith y Kalíope estuvieron a mi lado, aunque también el Zen y el Taoísmo". Y es natural y de agradecer que, aunque se respete la esencia de la fórmula japonesa, la incursión en la escritura del haiku (porque no deja de ser una incursión de exploración) ha de estar teñida de la esencia profunda del haijin, en este caso occidental, que no puede evitar la influencia de Kalíope en la contemplación del sakura. Esta sinceridad dota a la obra de veracidad y a las estrofas de 17 moras les aporta la profundidad que poseen las cosas auténticas.
Laura Gómez Recas
Es autor de los libros: Memorias de una iguana (IPN, México, 1955), A la sombra de un mezquite (Lastura, 2015), Luisa, la española (Huerga y Fierro, 2016), La mansión de los ángeles (Huerga y Fierro, 2017) y El sendero de las mariposas (Font, 2017).
LAURA, hiciste un trabajo formidable, que aprecio mucho, ojalá podamos presentar este libro en la biblioteca Trías, que esta ubicada en le Retiro, yo pienso que tal vez pudiera ser durante el mes de mayo, ya cuando haya posibilidades de contar con una buena asistencia de amantes de este arte. Un abrazo y mi agradecimiento.
ResponderEliminarMORALES GÓNGORA RAÚL